Durante décadas, la moda vivió de rostros, cuerpos e ilusiones. Pero hoy un clic reemplaza lo que antes requería estudios, fotógrafos y modelos. Los algoritmos se imponen: silenciosos, eficientes e irreversibles.
El final sigiloso
La era de los modelos vivos no termina con un grito, sino con un clic. Antes, cada cambio en el mundo de la moda significaba escándalos, debates y nuevos ideales. Hoy, el final llega sin pathos ni drama. ¿Por qué pagar todavía por cuerpos reales si los algoritmos crean avatares impecables – dóciles, baratos y carentes de emociones? No hay protesta, no hay resistencia, solo la sustitución fría y eficiente por el código. Este cambio no es una ruptura, sino una deshumanización progresiva.
Cuerpos sin rostro
Hace ya algún tiempo, plataformas como Farfetch o MyTheresa empezaron a eliminar las cabezas de sus modelos en las fotos de producto. Solo quedó el torso, reducido a su última función: presentar la ropa. Del ser humano con nombre y carisma al muñeco sin rostro, del maniquí al avatar: era solo cuestión de tiempo. La personalidad escapa al control, la previsibilidad en cambio puede programarse.
El poder de la pose
En la fotografía de moda rige una ley: la ropa no se vende sin cuerpo. Desde las puestas en escena de Richard Avedon hasta los íconos en blanco y negro de Peter Lindbergh, los modelos eran superficies de proyección que convertían las telas en historias. Una mirada podía generar deseo, una pose definir toda una colección. Pero precisamente ahí residía la fragilidad: la moda dependía del ser humano, de su carisma y de su capacidad de encarnar una promesa.
El medio de la seducción
La moda nunca fue solo tela, sino siempre también cuerpo. Actitud, sexualidad, juventud: solo a través del portador o la portadora la prenda adquiría su aura. Con poses seductoras, labios carnosos, cabellos abundantes y piel lisa, los modelos transformaban el algodón y el poliéster en una promesa nunca cumplida. El cuerpo era a la vez medio y catalizador: un reclamo bidimensional que trasladaba el producto al mundo real. Pero este mismo principio lo hacía vulnerable. Hoy, los algoritmos hacen lo que antes quedaba al azar de la biología. El cuerpo humano como lugar del deseo ha quedado obsoleto.




Comentarios